When St. Paul wrote to the Corinthians the first time, he reproved them for “behaving like ordinary people.” (1 Corinthians 3, 3) How is it that ordinary people behave? Well, some “fill the air” with criticism, or cynicism, or discouragement. Some resort to belittling looks or sarcastic responses to others. In short, some resort to a habit of mind and heart that reduces everything, always defaulting to the negative.
In Mark 6, 5-6, it says, “So Jesus was not able to perform any mighty deed there (in Nazareth), apart from curing a few sick people by laying His hands on them. He was amazed at their lack of faith.” Isn’t it a dreadful thought that we, like the people of Nazareth, might have the power to prevent miracles? Are we willing to cooperate with God’s grace to form habits of mind and heart that increase everything, always finding a blessing and an opportunity in every moment and encounter in our lives? Wouldn’t it be delightful to open the door to a miracle today – instead of closing it?
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The Church remembers St. Gregory the Great today: https://www.franciscanmedia.org/saint-of-the-day/saint-gregory-the-great/
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Los Evangelios nos dicen que la misión de Jesús es anunciar el Reino de Dios. Y eso incluye hablar, predicar, y catequizar pero también incluye necesariamente atender, cuidar, servir, querer, perdonar, crear fraternidad, hacer justicia, y estar cerca de los pobres.
Hoy, para algunos, lo principal y casi exclusivo de la Iglesia y de la fe es la línea vertical, la relación directa de cada persona con Dios. Para ellos, lo fundamental es la oración y sobre todo la liturgia, entendida como ese momento íntimo donde parece que se hace posible el encuentro del alma con Dios. Pero la realidad es que Jesús plantea las cosas de un modo diferente. La relación con Dios no es directa, sino que pasa necesariamente por el hermano.
La liturgia y la oración son siempre cosas comunitarias y necesitan estar abiertas a la presencia no solo del resto de la comunidad, sino de la humanidad entera porque todos somos hijos e hijas de Dios.
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San Gregorio Magno (540-604), uno de los cuatro Padres de la Iglesia nació en Roma y llegó a ser gobernador de su ciudad. Pero, pese a que sus inquietudes políticas lo llevaron al cargo, pronto renunció a su cargo, y se hizo monje Benedictino. Tras la muerte de su padre, transformó la residencia familiar en un monasterio. Sus cargos y dotes de buen administrador en la Iglesia de la época lo llevaron a ocupar la sede del papado.
En tiempos realmente difíciles, se destacó por preocuparse de los socialmente pobres y necesitados, por reconciliar las diversas facciones dentro de la Iglesia, y por Evangelizar a Inglaterra. También reformó la liturgia Romana. Lo honramos hoy especialmente como un reformador de la Iglesia y como “siervo de los siervos,” tal como se llamó a sí mismo.