La Fiesta de Pentecostés nos recuerda que estamos llamados a estar listos y a ser capaces de iniciar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo en la experiencia cristiana del Señor Resucitado. Estamos en la misma situación que los Apóstoles el día de Pentecostés: estamos llamados a anunciar a Jesús a los que lo habían rechazado y a otros que casi no se habían enterado de lo que había ocurrido. (Hechos 2, 1-11)
Ese anuncio fue posible hace siglos gracias a la venida del Espíritu Santo que transformó totalmente a los Apóstoles y a los primeros-discípulos que superaron los miedos que les atenazaban y les tenían encerrados en casa, sin atreverse a salir fuera. (Juan 20, 19-23) Ahora se hacen presentes en la plaza pública y dan testimonio del Señor Resucitado.
Ese anuncio es posible hoy, y nuestro tiempo ha llegado: es la hora que también nosotros superemos nuestros miedos y dudas y seamos capaces de suscitar la cuestión de Dios entre muchos de nuestros amigos y familiares que se han ido alejando de la práctica católica. Cada vez se está viendo más claramente que la transmisión de la fe pasa por la experiencia de fe en la familia, en el trabajo, y en el vecindario.
El Espíritu Santo no nos mueve a rechazar el mundo y separarnos de él, sino a abrazarlo con amor y transformarlo con su poder. El Espíritu también nos asiste para progresar en nuestro camino hacia Dios. Viene a sacarnos de estancamientos, a sacar del camino piedras de tropiezo para poder acercarnos a Dios y servirle … siempre y cuando confiemos en su capacidad de ayudarnos.