En la escena final de su Evangelio, San Lucas nos dice que Jesús “se separa de ellos subiendo hacia el cielo.” Los discípulos tienen que aceptar con todo realismo la separación: Jesús vive ya en el misterio de Dios. Pero sube al Padre “bendiciendo” a los suyos.
Sus seguidores comienzan su andadura protegidos por aquella bendición con la que Jesús curaba a los enfermos, perdonaba a los pecadores, y acariciaba a los pequeños. La respuesta de Jesús muestra una sabia pedagogía (manera de enseñar). Su ausencia hará crecer la madurez de sus seguidores. Les deja la impronta de su Espíritu. Será Él quien, en su ausencia, promoverá el crecimiento responsable y adulto de los suyos. Es bueno recordarlo en unos tiempos en que parece crecer entre nosotros el miedo, la tentación del inmovilismo o la nostalgia por un cristianismo pensado para otros tiempos y otra cultura.
La Fiesta de Pentecostés es la celebración del comienzo “del tiempo del Espíritu,” tiempo de creatividad y de crecimiento responsable. El Espíritu no proporciona a los seguidores de Jesús “recetas eternas.” Nos da luz y aliento para ir buscando caminos siempre nuevos para reproducir hoy su actuación. Así nos conduce hacia la verdad completa de Jesús.
Ahora bien, nosotros creemos que el Espíritu está presente y actúa de manera especial en la Iglesia. Ella es la comunidad reunida, especialmente cada ocho días alrededor de su Mesa Santa, en la unidad del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. A todos los creyentes nos ha dotado de dones y carismas para la construcción del Cuerpo de Cristo. De esta manera íntegra en la unidad la diversidad (1 Corintios 12, 3-13).