Con inmensa alegría
celebramos hoy el tercer domingo de Pascua. Presentamos a Dios todo lo que somos, todo lo que esperamos, y todo lo que vivimos. Y sabemos que Él, porque nos ama, lo transforma todo y lo llena de Vida.
“¡Es el Señor!” Después de una larga noche de soledad y fatiga, llega el alba: la luz vence a la obscuridad, el trabajo infructuoso se convierte en pesca fácil y abundante, y el cansancio y la soledad se transforman en alegría y paz (Juan 21, 1-19). Desde entonces, esos mismos sentimientos animan a la Iglesia. Aunque pueda parecer a veces que triunfan las tinieblas del mal y la fatiga de la vida diaria, la Iglesia sabe con certeza que sobre quienes siguen a Cristo resplandece ahora la luz inextinguible de la Pascua.
***
¡Qué bueno que estamos conscientes de cómo el Señor Resucitado está con nosotros, no solo en la Eucaristía, sino también en la vida de cada día! Aprendamos a percibir los signos de su presencia en la gente que encontramos, en el bien que otros nos hacen, y en todo lo que hacemos los unos por los otros. ¡Que esto nos dé a todos entusiasmo y alegría!