Cuando muere alguna persona, bondadosa y cercana a nosotros, tenemos el sentimiento de que ella permanece todavía con nosotros y sigue inspirándonos y guiándonos.
Cuando en la Ascensión Jesús dejó a sus discípulos y pasó a la gloria del cielo, Él fue para sus discípulos más que una memoria de una gran persona que había muerto. Primero, Él está todavía vivo como el Señor Resucitado. Él marchó, pero permanece con nosotros por su Espíritu de fortaleza, sabiduría, y amor, y de esta forma es nuestro Compañero en nuestra vida. Él profiere todavía para nosotros su Palabra, todavía se nos da como nuestra bebida y alimento en la Eucaristía, y vive en nuestra comunidad.
Oremos. “Señor Dios, danos la gracia de aprender de Cristo, tu Hijo, como servir a los demás, para que la gente perciba que Él vive – porque nosotros somos su Cuerpo visible para el mundo. Te lo pedimos por Jesucristo, quien vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.”