Las lecturas de la Cuaresma y también de la Misa de hoy siguen dándonos orientaciones para nuestra vida diaria. Estamos invitados a vivir diariamente con “la esperanza de las criaturas nuevas,” de las que se han encontrado con Cristo, y se han dejado reconciliar por Dios. Es la llamada de San Pablo (2 Corintios 5, 17-21). Él nos recuerda que el pecado es una ruptura, un estado de enemistad, una divergencia de opiniones e intenciones entre el hombre y Dios.
Pero él también nos recuerda que esta oposición se ha superado y ha sido restablecida la armonía, no por el arrepentimiento y la buena voluntad humana, sino por una intervención gratuita de Dios por la que se ha reconciliado en Cristo con el mundo “sin tener en cuenta los pecados de los hombres.” Ha hecho cuenta nueva, condonando nuestras deudas. Solo Dios podía hacerlo, a través de su propio Hijo, Dios y hombre a la vez. Para que esto suceda, hay que aceptar la reconciliación que Dios siempre ofrece.
Oremos. “Oh Dios, Padre de corazón grande, cuando nos descarriamos y cuando buscamos la falsa felicidad en la tierra obscura del pecado, tú envías a tu Hijo a buscarnos y a llevarnos de vuelta a tu casa. Que sintamos profundamente tu anhelo de acogernos con alegría y restaurarnos en tu vida y en tu amor. Danos el valor humilde de volver a ti, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.”