Cuando los otros discípulos le comunican a Santo Tomás que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente (“Hemos visto al Señor”) él podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: “Si no lo veo...no lo creo.” Su actitud es comprensible. Santo Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.
Santo Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús Resucitado. El episodio de Santo Tomás (Juan 20, 19-31) deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo Resucitado.
Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes, y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.
Un día nosotros descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas o cumplir requisitos, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el centro de nuestra fe.