Jesús nos ha dado un mandamiento nuevo, y es “nuevo” porque ya no es “amar al prójimo como a ti mismo,” sino amar como Jesús nos ha amado. Amamos porque antes hemos sido amados. Es la experiencia que hace toda persona que se ha sentido amada desde su nacimiento e incluso antes. Como Jesús, amado por el Padre, estamos dispuestos a dar la vida por los demás e intentamos hacerlo en el día a día. Claro está que ese amor es la señal de los discípulos de Jesús, porque hace presente a Jesús en medio de su comunidad. Al ver cómo se aman, todos recuerdan que están actualizando la vida misma de Jesús.
Sin duda alguna, el mandamiento “nuevo” del amor supone que hay una nueva realidad en el Pueblo de Dios. Este ya no se reduce al Israel histórico, sino que se ha abierto también a los paganos, a los que Dios había abierto la puerta de la fe (Hechos 14, 21-26). Ha sido la Resurrección de Jesús la que ha hecho "unos cielos nuevos y una tierra nueva" (Apocalipsis 21, 1-5). Por eso, el creyente vive el mandamiento "nuevo" del amor.
En la celebración de la Eucaristía se nos hace presente el amor de Dios en la entrega de su Hijo por nosotros. Acojamos ese amor y tratemos de hacerlo presente en nuestro mundo construyendo una civilización del amor.