“Salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: ‘Oren, para no caer en la tentación.’ Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y se puso a orar de rodillas, diciendo: ‘Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.’”
San Lucas y los demás Evangelistas nos recuerdan la importancia de la oración. Sin oración, no se puede velar, no se puede estar cerca de Jesús. Y, por supuesto, una oración que sale del corazón, pero que termina siempre con “no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Como la Virgen María.
Sin oración, no pueden ser vencidas las tentaciones. El demonio se acercó a esa reunión en la Última Cena, y mostró los puntos débiles de cada uno de los Apóstoles. Pudo con Judas, temporalmente con los otros once, pero no pudo con Jesús, porque Él estaba siempre en contacto (en comunión) con su Padre – aunque le costó sudar sangre. Haber sido tentado le permite a Jesús comprender nuestras debilidades, y haber vencido las tentaciones nos permite a nosotros poder seguir viviendo con esperanza.
***
Para reflejar: La pasión de Jesús se actualiza en la celebración Eucarística. Al comulgar el Cuerpo de Jesús participamos en su destino de muerte y Resurrección. Empecemos con ánimos la Semana Santa y acompañemos a Jesús a lo largo de ella para llegar a la alegría de la Pascua.